El término TIC, Tecnologías
de la Información y la Comunicación, se ha colado en nuestro vocabulario y cada
vez estamos más familiarizados con su uso.
Para la mayoría de nosotr@s,
supone un avance en nuestra socialización y una revolución el manera de
comunicarnos, de lo que a priori no somos conscientes es de que, de cara a la
inclusión, lejos de ser sólo un vehículo de información, se convierte en un aliado
que ha supuesto un antes y un después.
El desarrollo de estas
tecnologías parece no tener límites y su aplicación es imparable; el constante
reciclaje por parte de los usuari@s no es opcional; el continuo cambio en
programas y redes sociales nos obliga a situarnos en una permanente renovación.
Así las cosas, las
redes sociales nos igualan, con unos medios casi al alcance de cualquiera,
todo@s disponemos en las mismas condiciones del acceso a la información. Para
cualquier persona una asequible conexión a internet y, en concreto, la
utilización frecuente y adecuada de las redes sociales son incuestionables
elementos integradores, pero muy especialmente en el caso de los colectivos en
riesgo de exclusión.
De todo ello extraemos una
nítida conclusión, la implicación de las instituciones públicas debe materializarse
en todo tipo de subvenciones y ayudas a iniciativas cuyo objetivo es
desarrollar y aplicar las TIC al ámbito de la inclusión. Todo ese
inconmensurable potencial de las nuevas tecnologías debe ser investigado y desarrollado
en pro de esta causa porque probablemente de todas las maravillosas y
sorprendentes aportaciones del mundo de la red de redes, esa -incluir la
inclusión- sea la más útil y loable.
El debate entre detractores
y fanáticos de las nuevas tecnologías se antoja antiguo y desfasado. La
utilización de las TIC no es sólo presente sino futuro, en el caso de sus
aplicaciones con vista a la inclusión, excluir estas herramientas es cerrar la
puerta a derrumbar las barreras sociales que mantienen a quien se halla en
riesgo de exclusión al otro lado.
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